Faltaba
media hora para a cavar el examen de matemáticas, el último examen del curso.
El que determinaría mi nota final. Las mates eran mi punto débil, no había cosa
que odiara más que las mates. Había un silencio muy incómodo en la clase. La
profesora caminaba de un extremo a otro del aula, con sus zapatos de los años
ochenta y su olor a perfume de señora mayor, lo curioso es que ella por lo
menos tendría unos treinta años. En fin, terminé el examen, me salió
medianamente bien, o eso creía. Cogí mi carpeta, entregué el examen a la
profesora, la que me lo corrigió al momento. Estaba echa un matojo de nervios,
de ese examen no solo dependía la nota final, tenía la aprobación de mi tía para viajar hacia Londres, Reino Unido. Ella
desde que yo era pequeña me hablaba de aquel lugar, casualmente, hacía dos años
atrás descubrí que tenía un hermano mayor de edad, que vivía en Londres. Me
puse en contacto con él. Estuvimos durante un largo año hablando por Facebook,
me ofreció pasar una temporada viviendo con él, algo que me llenaba de ilusión,
y mi tía me puso la condición de aprobar el examen para poder ir.
La
profesora se quitó las gafas de culo de baso que llevaba puestas, las posó
sobre la mesa y me entregó el examen para que lo pudieran ver mi tía. Abandoné
el aula, al borde de un ataque. Cerré la puerta y pase las cinco hojas que
había hasta llegar al principio. No me lo podía creer, pegue un salto enorme,
me esperaba aprobar, pero no con un ocho y medio, en corazón me latía
rápidamente, solo quería coger los dos autobuses de vuelta a casa para poder
enseñar el examen a mi tía. El camino se
me hizo eterno. Bajé del autobús, a paso ligero me dirigí hacía el piso donde
vivía con mi tía Ane.-¡Tía,
ya tengo el resultado de el examen!- Salió de la cocina a todo correr, con una
cuchara de palo en la mano.-¿Y
qué tal?- Cogía aire y me callé durante unos segundos para crear tensión.- ¡Oh
vamos, solo dilo!- Excedí el brazo para entregarle el examen y pudiera ver la
tele. Empezó a dar saltos como una loca, la reacción fue muy parecida a la mía,
yo diría que un tanto más exagerada.-No
me lo esperaba…- Me dio un abrazo de los que me solía dar, de esos calentitos y
de los que limitaban la respiración.-Oh,
dios, pues ya puedes ir haciendo la maleta, y preparándote para el vuelo, que
desde Sidney a Londres hay bastantes horas de camino… no sé cuántas pero tener,
las tiene.- Siempre me hacía sonreír de una manera o de otra. De repente me
vino un olor a quemado.-Tía,
¿que estabas cocinando?-Pues
estaba haciendo un pastel de manzana y tarta de queso, ¿Por qué?- No pasaron
tres segundos después de pensar lo que dijo, cuando se fue a todo correr a la
cocina. Yo mientras tanto estaba en mi cuarto organizando las cosas. En dos
semanas salía el vuelo. Le notifiqué la noticia a mi hermano, estaba tan
contento como yo, no veía la hora de irme a Australia, un lugar mágico y
diferente. Me daba algo de miedo el cambio. Empezar de nuevo, sin amigos, sin
conocidos, con gente nueva, pero merecía
la pena, por qué cumpliría uno de mis sueños que tenía desde pequeña, tener un
hermano con quién compartir mis experiencias con él, ser como un mejor amigo,
pero a la vez que me protegiera como un hermano mayor. Las dos semanas pasaron volando. Aquel
día me desperté a las cuatro de la mañana, y el avión salía a las dos de la
tarde. Los minutos se me hacían horas, estaba ansiosa y muy emocionada por
conocer a mi hermano, físicamente hablando. Era una experiencia increíble
aparte de muy interesante, compartir vivencias, anécdotas de nuestra vida
anterior, hablar de todo el tiempo que pasamos en ausencia del otro, solo había
una única palabra para describirlo, emocionante. Mi tía guardaba el billete en
la guantera de su mercedes granate. Fuimos una hora y media antes. Era la
primera vez que viajaba, me sentía especialmente nerviosa, para mí era
inquietante, una chavala de dieciséis años viajando sola, hora tras hora
durante aproximadamente todo el día, con gente completamente desconocida. La
verdad no me hacía mucha gracia, pero sabía que merecería la pena. Antes de
embarcar hablé con mi hermano, me dijo que me esperaría en la segunda puerta de
desembarque. Una vez aclaradas todas las indicaciones, llegó la hora de la
despedida. Una de las peores partes del trayecto. Las dos estábamos muy unidas
desde la muerte de mamá, ella siempre ha sido mi protectora en todos los
sentidos. No le gustaba nada la idea de que me fuera prácticamente a la otra
punta de mundo, no me podría proteger en lo malos momentos, o dar un beso de
buenas noches antes de acostarme, yo
tampoco me hacía a la idea de que me costaría tanto, pero las dos sabíamos que
antes o después llegaría. Un abrazo, una sarta de besos con una lágrima de por
medio y el último adiós hasta una larga temporada. Sentía como mi vida estaba a
punto de cambiar, pero no me sentía sola tal y como había idealizado, el diario
de mama y mi única foto de bebe con ella me acompañaban a todos los sitios a
los que iba. Tardé menos de lo que creía en quedarme
dormida, la verdad es que el chico que estaba a mi lado era muy hablador, yo
intentaba seguirle el hilo, pero no pude, supongo que le llegó la indirecta
cuando sin querer le di unos cuantos cabezazos en el hombro. Fue bastante
tranquilo viajar en avión, era parecido a un coche, pero algo más cómodo, con
servicio de comida o bebida y con aseos, por cierto muy pequeños. La comida no
estaba especialmente buena, además, era muy cara. Llegó el final del trayecto. Terminaron
las once horas y media de vuelo. Salí entre la multitud de gente, y a lo lejos,
vi una pancarta blanca enorme en la que ponía mi nombre. El chico que la sujetaba
debía de ser mi hermano. Me acerqué a él.-Disculpa,
¿eres Oliver?- Dejó la pancarta en el suelo.-Supongo
que tú eres Diana.- Le abracé con fuerza, el también a mí. Se me escapó una
pequeña lágrima de alegría. No me lo creía, el momento que tanto tiempo
esperaba había llegado, por fin podía abrazar a mi hermano. Cogió una de mis
maletas y nos fuimos al aparcamiento, donde tenía su deportivo negro. Era muy
bonito, al igual que caro. Montamos en el coche y fuimos camino a casa.
Estuvimos hablando del viaje, y de la tía Ana, la que al parecer llamó a Oliver
en veinticuatro ocasiones para saber si había llegado ya, ¡Que mujer! Me dí
cuenta de que estábamos en una de las zonas más ricas de la zona, había casas
enormes, que digo casas… ¡Mansiones! Me quedé ojo plática. Llegamos a la que
parecía ser su casa, sin duda una de las más grandes que había. Entramos por la
parte trasera, una barrera metálica nos abrió paso al jardín, el que estaba
rodeado por una valla de madera marrón, que apenas permitía ver el interior del
terreno. El garaje tampoco se quedaba corto, en él tenía dos coches más y por
lo menos le entraban otros tres. Una autentica pasada.
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